jueves, 15 de febrero de 2007

Inercia y deseos

Esta tarde he ido al gimnasio. Con mi hermana. Más por inercia y por no pasar todo el día entre cuatro paredes que por otra cosa. Mientras iba sentado en el coche, me invadía una sensación próxima a la nausea, la que se nota cuando tienes ganas de llorar en ese preciso momento pero el pudor te lo impide. Una sensación horrible, lentamente dolorosa, pero no extraña para mi. Hace mucho tiempo que conozco ese malestar que provoca la soledad y el conocimiento cierto de que ésta no desaparecerá en unas horas por arte de magia. No pido tampoco eso. Sólo me gustaría comenzar a ver una lucecita cuando repaso el día en esos momentos de consciencia anteriores al sueño. Pero desgraciadamente no es así.

Incluso unas risas con el novio de mi hermana en el gimnasio me saben amargas. Él tiene casi todo lo que me gusta en un hombre: es tierno, no tiene miedo a mostrar sus emociones, tiene buen humor y, sobre todo, parece buena persona. Si existiese la clonación, me haría una copia del chico con una única modificación: que fuese homosexual. El caso es que todas esas cosas positivas que veo en él me saben mal, porque sé que no tengo a nadie, a pesar de que cada vez lo necesito más. Sufro ese dolor porque las veo lejos, muy lejos, aunque yo intente buscar como salir. Y ya no soporto tanta amargura durante tantas horas de mi vida.

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