jueves, 1 de febrero de 2007

Dejarse vencer

Ayer por la tarde me dejé vencer otra vez. No tenía ganas de ir al gimnasio. Por eso, cuando mi hermana llegó a casa preguntándome si iba, le dije que no. Me insistió un poco, pero el cuerpo me pedía quedarme en casa, sin salir al mundo exterior, en el que me siento tan débil y agredido tan a menudo. Cuando se fue, dejé caer mi cabeza sobre el sofá, deseando una vez más el consuelo de un hombre como el que presenta el informativo que acababa de empezar, y sentirme seguro entre sus brazos, comprendido, sabiendo que él seguramente habrá sufrido la imposición del silencio, el callar lo que siente, pero sabiendo que nunca más va a volver a ser así. Pero todo esto es sólo un sueño, tan lejano que duele y me hace llorar, a pesar de las pastillas que me mantienen tranquilo la mayor parte del tiempo, deprimido desde hace ya mucho. Cuando escribo estas líneas los ojos me pesan, como recuerdo de las lágrimas de ayer, que de cuando en cuando piden de nuevo salir.

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